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De la timidez a la confianza: El orador se hace, no nace

Aquel día, a primera vista, no parecía tener nada especial. El cielo estaba gris y una ligera brisa fría recorría el campus. La diferencia, sin embargo, radicaba en que teníamos que exponer en nuestra clase de inglés de aquella tarde. El aula era amplia, con paredes de un blanco brillante y decoraciones minimalistas, estaba llena de nerviosos estudiantes esperando su turno. Recuerdo a Ester, una compañera que manejaba el idioma de forma magistral. Su pronunciación era prodigiosa, clara y melodiosa, destacándose muy por encima del promedio de los demás estudiantes que asistíamos para aprender esta nueva lengua. Estábamos allí, ansiosos por mejorar nuestras habilidades lingüísticas con la esperanza de acceder a mejores oportunidades laborales en el futuro.

Iniciamos la jornada, cada grupo se turnaba para exponer su tema mientras el aula, con sus escritorios ordenados en filas, se llenaba de murmullos y el sonido ocasional de las sillas al moverse. Cada estudiante hacía su mejor esfuerzo, intentando captar la atención de todos con presentaciones llenas de entusiasmo. Al llegar el turno de Ester, todo se paralizó; el ambiente, antes lleno de energía, se volvió tenso y expectante. El aula parecía encogerse, y la tensión se hizo palpable, como si el aire mismo se hubiese espesado. Ester, quien era conocida por su brillante dominio del inglés, de repente se quedó inmóvil frente a la clase, incapaz de pronunciar una sola palabra. La incomodidad era evidente en su rostro; sus manos temblaban ligeramente, y su mirada se fijaba en el suelo. Aunque dominaba el idioma, hablar en público se convirtió en un desafío abrumador para ella, dejando al resto de los estudiantes en un incómodo silencio.

El miedo de Ester a hablar en público era tan intenso que no le permitió hacer su exposición. La sala, antes llena de murmullos expectantes, se sumió en un silencio desconcertante. La frustración se reflejaba en su rostro pálido, y el sentimiento de decepción pesaba en el aire, dejando a Ester paralizada y visiblemente afectada. Esta situación no es un caso aislado; es más común de lo que imaginamos, y puede afectar incluso a personas con grandes conocimientos y expertos en sus áreas.

Por ejemplo, Demóstenes, el célebre orador y político ateniense, luchaba con defectos de pronunciación durante su niñez y superó sus dificultades practicando constantemente. Mahatma Gandhi, conocido por su liderazgo y oratoria, era tan tímido que en su juventud la idea de hablar en público le paralizaba, incluso le costaba leer sus propios escritos en voz alta. Winston Churchill, aclamado por sus discursos, era tartamudo y sentía una gran inseguridad, evitando comparecencias públicas y reservando sus intervenciones en el Parlamento británico solo para situaciones ineludibles.

Estas historias de éxito nos muestran que el miedo a hablar en público puede ser superado. Es por esta razón que los expertos afirman que los oradores no nacen, sino que se hacen. A través de la práctica constante y el empleo de técnicas especializadas, es posible mejorar día tras día, transformando la inseguridad en confianza y la timidez en habilidad para comunicarse eficazmente ante una audiencia.

Dale Carnegie, en su influyente libro «El Arte de Hablar en Público,» proporciona pautas fundamentales para ganar confianza y vencer el miedo paralizante de hablar ante una audiencia:

  • Todos sentimos miedo de hablar en público. Carnegie señala que el miedo escénico es una experiencia universal; no estamos solos en sentirlo. Según sus observaciones, entre el 80 y el 90% de los participantes en sus clases experimentaban pánico ante la idea de hablar ante un auditorio al inicio del curso. Esta estadística demuestra que el miedo es una reacción común y natural, que no nos define, sino que nos conecta con una experiencia humana compartida.

«Recientemente la plataforma LinkedIn ha revelado una estadística digna de mencionar: Solo el 25% de la población es capaz de hablar en público sin miedo. Es decir, de cada 100 personas, 75 se sienten expuestas al momento de expresar sus ideas en voz alta». Ismael Cala

  • Un poco de temor al auditorio es conveniente. El miedo, cuando es manejado adecuadamente, nos mantiene alerta y puede convertirse en un aliado poderoso. Carnegie explica que sentir cómo el pulso se acelera y la respiración se vuelve rápida no es motivo de alarma. Estas respuestas físicas son señales de que nuestro cuerpo está preparándose para la acción. “Si controla esta preparación psicológica,” dice Carnegie, “será capaz de pensar con mayor claridad, hablar con más fluidez y proyectar sus palabras con mayor intensidad.” Respirar desde el diafragma es una técnica efectiva para calmar y relajar tanto el cuerpo como la mente, proporcionando un punto de equilibrio antes de iniciar la exposición.
  • Nunca se pierde el miedo del todo a hablar en público. Al comenzar una presentación, es normal sentir un nerviosismo inicial. Sin embargo, a medida que avanzamos en nuestra exposición, este miedo tiende a disiparse. La razón es que, con el tiempo, nos vamos sintiendo más cómodos y confiados en nuestra capacidad para comunicarnos. Este proceso transforma la ansiedad en una energía positiva que nos ayuda a conectar mejor con la audiencia.
  • La causa principal del miedo es la falta de hábito. La mayoría de las personas temen hablar en público porque no están acostumbradas a hacerlo. La práctica frecuente es clave para superar este miedo. Para fomentar el hábito, sugiero iniciar con charlas en grupos pequeños puede ser una excelente manera de ganar confianza. Esta práctica no solo nos ayuda a familiarizarnos con la experiencia de hablar ante otros, sino que también nos permite descubrir nuestras fortalezas como oradores y desarrollar un estilo personal de comunicación.

Dale Carnegie nos enseña que, aunque el miedo a hablar en público puede ser una barrera, con comprensión y práctica, es posible transformarlo en una fuerza que nos impulsa a mejorar y a comunicarnos de manera más efectiva. Carnegie subraya la importancia de la preparación y la práctica constante. Nos recuerda que cada oportunidad para hablar en público es una oportunidad para aprender y crecer, convirtiendo el nerviosismo en un catalizador para el éxito.

Seguimos en el camino de aprendizaje para convertirnos en oradores impactantes y persuasivos. Podemos desarrollar la confianza y la habilidad necesarias para inspirar y motivar a nuestras audiencias. Al aplicar técnicas como la organización clara de nuestras ideas, la conexión emocional con nuestro público y la práctica continua, podemos transformar nuestra capacidad de comunicación y alcanzar nuevas alturas en nuestra habilidad para influir y liderar.

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